A 60 años de “Operación masacre”
En 2017 se cumplen 60 años de la publicación del mítico libro de Rodolfo Walsh.
Libros / Carlos Verucchi para En Línea Noticias ([email protected])
¿Y ahora quién escribirá nuestro Quijote?, se preguntaba desoladamente Osvaldo Bayer cuando supo que, durante la última dictadura militar, una patrulla del ejército había matado a Rodolfo Walsh en la esquina de San Juan y Entre Ríos en plena Capital Federal.
Más de veinte años habían pasado desde la tarde en la que alguien se le acercó, en la mesa del bar donde se reunía a jugar al ajedrez con sus amigos, y por lo bajo le confesó: “hay un fusilado que vive”.
Corrían los tiempos de la Revolución Libertadora y en Buenos Aires no se hablaba de otra cosa que no fuera los fusilamientos de José León Suárez, ocurridos meses antes durante un intento de insurgencia por parte de militares cercanos al régimen peronista recientemente derrocado.
Walsh recogió el guante y aceptó investigar lo ocurrido aquella noche. Poco después supo que no era solo uno el “fusilado” que vivía sino que en realidad eran varios.
Aquel fatídico 9 de junio de 1956 se debía desarrollar en el Luna Park la pelea entre el argentino Eduardo Lausse y el chileno Humberto Loayza por el título sudamericano de peso mediano. En una humilde vivienda en las afueras de Florida, en el partido de Vicente López, un grupo de vecinos esperaba la transmisión radial de la pelea jugando a las cartas. Un amigo invitaba a otro y ese invitado venía con dos o tres amigos más, a eso de las once de la noche eran cerca de una veintena los que esperaban ansiosos. Pero de esa veintena, al menos uno o dos ―tal vez más aunque Walsh nunca lo sabrá― esperaban algo más que una simple velada boxística.
No se sabía bien el origen pero durante ese día había circulado, entre los más comprometidos con el peronismo, la orden de esperar algo especial para la noche. Había que permanecer alerta, escuchar la radio y estar dispuestos para lo que fuera necesario. Un rumor de ese tipo es imposible de mantener en secreto, los servicios de inteligencia del gobierno estaban alertas, algo iba a ocurrir.
Norberto Gavino era seguido por la policía a sol y sombra desde hacía varios meses. Él sí era un activista, sus actividades subversivas consistían en repartir panfletos, incitar a la huelga a los obreros ferroviarios. Esa noche, rodeado de veinte personas más, resultaba más que sospechoso y la policía de Florida vio enseguida la posibilidad de “anotarse un poroto”.
Nunca se sabrá exactamente cuál era el plan. Cerca de las once se produjo el levantamiento simultáneamente en Campo de Mayo, La Plata y otras ciudades del interior. ¿Qué esperaban Valle y Tanco?, los oficiales del ejército que pretendían voltear a la Libertadora. Nunca lo sabremos, tal vez esperaban ingenuamente que las radios dieran la noticia del alzamiento y la sublevación se derramara como reguero de pólvora por todo el país. Algo así como un nuevo, aunque más sangriento, 17 de octubre.
Alrededor de las once, los vecinos de Florida que escuchaban la pelea recibieron inesperadamente la visita de la policía. Ninguno de ellos estaba armado. Fueron reducidos sin resistencia y cargados en un camión que los trasladó a una comisaría en San Martín. La mayoría no entendía lo que estaba pasando, estaban tranquilos, muchos morirían fusilados un rato después sin saber nada del levantamiento, sin ser siquiera peronistas.
En la comisaría de San Martín el jefe de policía fue heterodoxo: “esperemos a ver qué pasa y después decidimos, si la cosa se llega a dar vuelta hay que largarlos más rápido que ligero”.
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La mayoría no entendía lo que estaba pasando, estaban tranquilos, muchos morirían fusilados un rato después sin saber nada del levantamiento, sin ser siquiera peronistas.
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Pero “la cosa” no iba a darse vuelta. Poco después de la medianoche quedaban pocos focos de combate, Valle y Tanco ya tenían sentencia de muerte.
Cuando a la una de la madrugada el jefe de policía a cargo del operativo recibió la llamada de su superior quedó estupefacto: “¿Fusilarlos, señor? Hay uno o dos comprometidos, el resto no sabemos si tienen algo que ver”. La respuesta fue tajante, “o los fusila o incurre en insubordinación”.
Los subieron a un colectivo y tomaron la ruta 8, doblaron hacia la derecha por Camino de Cintura, llegaron al basural de José León Suárez ―”… cortado de zanjas anegadas en invierno, pestilente de moscas y bichos insepultos en verano, corroído de latas y chatarra” (la descripción es del propio Walsh.)―, ahí los bajaron y empezó la masacre.
Pero Walsh, meticuloso en su rol de periodista, fija su atención en un detalle que más adelante desbarataría la justificación de las muertes por parte de la policía: la ley marcial se difundió a las 0.32 hs. de aquella noche, los detenidos fueron apresados al menos una hora y media antes, esto es, además, un día antes de que se promulgara la ley marcial. No es posible aplicar una ley con carácter retroactivo, principio básico del derecho penal.
Por incapacidad de la policía o por desidia, en algún caso por no cargar con el peso de una injusticia en sus conciencias, la orden de fusilamiento fue ejecutada a medias, varios de los condenados a muerte lograron sobrevivir escapando por los zanjones del basural.
“Operación masacre”, el libro con el que Rodolfo Walsh inauguraría el género de “non fiction novel”, adelantándose unos años al famoso “A sangre fría” de Truman Capote, se publicó unos meses después en una edición clandestina y barata que se vendió completa en los quioscos de Buenos Aires en unas pocas horas.
Pero Walsh, meticuloso en su rol de periodista, fija su atención en un detalle que más adelante desbarataría la justificación de las muertes por parte de la policía: la ley marcial se difundió a las 0.45, los detenidos fueron apresados al menos una hora antes. No es posible aplicar una ley con carácter retroactivo, principio básico del derecho penal.
No estaba firmada por el autor aunque casi nadie sabía quién era Rodolfo Walsh. De todas maneras el Ejército tenía un nuevo enemigo. Walsh, así, dejó de lado la posibilidad de convertirse en el mejor escritor argentino y se refugió en la clandestinidad. Su militancia, al principio involuntaria y forzada, lo arrastraría al martirio.
El levantamiento fue sofocado sin esfuerzo, el libro de Walsh fue prohibido y sus lectores perseguidos. Pero ya era tarde. El peronismo tenía su texto fundacional, su Ilíada, el tiempo haría el resto hasta volver a la Resistencia Peronista incontrolable.
Pero todo pasa. Con los años los mitos se desvanecen, las historias se olvidan y el tiempo cierra cicatrices, la Historia se tiñe de interpretaciones sostenidas por intereses económicos. Lo que construyó pacientemente la pluma excepcional de Walsh sobre la base de la injusticia y el delito terminó siendo para algunos ―apenas iniciado el siglo XXI― parte del “relato” con el que se sostuvo un modelo vigente por más de diez años en nuestro país. Ahora sabemos por Foucault que no hay poder posible que no se sostenga en un relato (sin comillas ahora, ya no despectivamente). Me pregunto cuánto tardará en derrumbarse el relato a partir del cual se sostiene el poder actual, ¿podrán encontrar Durán Barba y sus ejecutivos un texto como “Operación masacre”?
El chileno, a Lausse, apenas le duró tres rounds.
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