Extremistas de los sentidos

La columna delaltillo: Fedor Dostoievski según J.M. Coetzee. Pessoa: el leer y las sensaciones


Por Guillermo Del Zotto

Cuando la ciudad se pone peligrosa, una opción puede ser usar el tránsito de las ideas. “El maestro de Petersburgo” es una maravillosa biografía orgánica y ficcional que J.M. Coetzee (premio Nobel 2003) escribió basándose en Fedor Dostoievski. Allí brotan, como frutos de un árbol que se equivoca, extrañas vigorosidades para este siglo que no para de correr. Son resoluciones de este autor sudafricano que ponen al lector en medio de ninguna parte, tal como tituló alguna vez otra novela suya.

En este libro, por el que uno se siente nadando desnudo, hay también señales de faro dese Ciudad del Cabo (donde nació Coetzee) que llegan a Lisboa. Es decir, hacia ese rincón del mundo que Fernando Pessoa transformó en un barranco metafísico sin geografía nominal.

“Maldito corazón. Malditas emociones”, dice el Dostoievski personaje al enfrentar el primero de los grandes dramas en la novela de Coetzee. Y Pessoa, como Bernardo Soares prepara la síntesis en una frase del “Libro del desasosiego”: “El corazón, si pudiese pensar, se detendría”.

Luego, esa gran definición que podría ser para cualquiera de los dos: ser “un extremista de los sentidos”. Sin embargo es para Dostoievski.  Porque Pessoa, tal como lo plantea en “El banquero anarquista”, no tira bombas y menos aún olvida el dedo puesto en la espoleta de la granada. Cosa que sí hace el autor de “Crimen y castigo”. O en todo caso, el fantasma surrealista que crea Coetzee en la novela. (Otra hermandad con Pessoa: Dostoievski como heterónimo).

Este fantasma sensualista que crea Coetzee, vive en el borde. Por su parte, en su viaje por el desasosiego, Pessoa-Soares dice que con lo que escribe busca atemperar “la fiebre de sentir”. También encuentra una vez más un resumen para eso: “hago paisajes con lo que siento. Ferias con mis sensaciones”.

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El extremista al borde. Abre su alma. Explota. (En Rusia “hay demasiada afición por desagarrarse las entrañas”, bromea Coetzee). Sin embargo, el navegante portugués, que nunca fue a ningún lado, opta por tomar todo el veneno con la parsimonia de un sibarita. Como si le hubiesen servido el mejor vino.

¿Leer para poder sentir? Estos extremistas también están dispuestos a defender la lectura como uno de los actos más orgánicos. Coetzee postula que “la lectura consiste en ser el brazo y ser el hacha y ser el cráneo que se parte. La lectura es entregarse, rendirse, no mantenerse distante ni burlón”.

Y Pessoa vuelve a sintetizar: “considero la lectura como el modo más simple de entretenerse en éste o cualquier otro viaje”. Y agrega: “de vez en cuando, alzo los ojos del libro donde estoy sintiendo verdaderamente y veo, como un extranjero, el paisaje que huye –campos, ciudades, hombres y mujeres, sentimientos y nostalgias-, y todo esto no me significa otra cosa que un paréntesis, una distracción inerte donde descanso los ojos después de tantas páginas leídas”.

Algunos se atrevieron a llamarlo evasión. ¿Quién puede decir cuál es la mejor manera de entrar en la curva fatal de las sensaciones?


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