Impías revelaciones seniles

Escribe Carlos Verucchi.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Tendremos que terminar aceptando que la Dictadura, el Proceso, o como quieran llamarle al último y más sangriento gobierno de facto que sufrimos los argentinos, estará presente por mucho tiempo más en nuestra literatura. La influencia de aquellos años oscuros en las manifestaciones literarias de toda una generación de escritores es más que prominente, por momentos resulta agotadora, a menudo asfixiante, siempre imprescindible.

Tal es el caso de la literatura de Martín Kohan, novelista y catedrático argentino nacido en 1967 en Buenos Aires. Entre sus textos más destacados se encuentra la novela “Dos veces junio”, publicada en 2002. La distancia, entre los dos junios a los que hace alusión el título, corresponde a los cuatro años que van de un mundial de fútbol a otro. Esas dos instancias son consideradas por el autor como momentos claves en el derrotero de la Junta Militar: el éxtasis patriotero del Mundial 78 en Argentina y la debacle final que subyace a la derrota en Malvinas unos meses antes del mundial de España.

Más tarde, en 2007, y a partir de su experiencia como estudiante en el Colegio Nacional Buenos Aires a fines de los años setenta, Kohan publicó la galardonada novela “Ciencias morales”. A pesar del limitado ámbito educativo en el que transcurren los hechos ―o tal vez gracias a ello―, el peso y la atmósfera de los años de plomo se perciben de un modo brutal y con una nitidez admirable.

Siguiendo con los años oscuros de la dictadura como telón de fondo, Martín Kohan acaba de publicar “Confesión” (Editorial Anagrama, 2020). Tres momentos en la vida de una mujer nacida en la ciudad de Mercedes en los años cuarenta le sirven de argumento al autor para concebir una historia que se propone, con una meticulosidad matemática, descubrir el origen del mal, hallar una explicación al horror en la raíz misma de los hechos: cuando el primer peronismo languidece, un joven mercedino llamado Jorge Rafael, mirada firme y caminar seguro, nuca rasurada y asistencia perfecta a misa de los domingos, se esfuerza por obtener el grado de subteniente en la escuela militar.

Mirta López, su vecina adolescente, espera cada sábado, escondida detrás de la ventana de su casa, a que el mayor de los Videla pase por su vereda minutos después de bajarse del tren que lo trae de la capital. La vestimenta y el peinado del cadete, su manera cancina pero al mismo tiempo firme de caminar, despiertan en Mirta ciertos estímulos novedosos que la biología suele desatar en los años de la adolescencia. Y en el lector, conjeturas respecto a desde dónde es necesario partir para llegar tan lejos en el ejercicio del terror, en la práctica despabilada de la prepotencia.

Hay mucho de erotismo en la novela de Kohan. No sería adecuado decir que se trata de un ingrediente adicional, un agregado que busca darle una connotación secundaria al texto. El erotismo, por el contrario, resulta funcional a la historia, le confiere una tensión (muy bien trabajada) que vuelve creíble y convincente la génesis del futuro dictador. Para llegar a ser el Videla que conocimos después, no hay otra opción que haber sido, antes, de chico y de joven, un fastuoso ejemplar de la masculinidad, un macho con los atributos de esa masculinidad bien asentados, bien puestos.

En el geriátrico en el que pasa sus últimos años de vida, y recurriendo a una memoria difusa que le impide recordar lo que escuchó segundos antes pero mantiene imborrable los recuerdos del pasado más lejano, Mirta López confiesa a su nieto sus pecados de juventud, tentaciones que no pudo evitar de adulta, hechos posteriores que siempre le resultaron inconfesables y cuyo arrepentimiento ya languidece, pero que puede contar ahora, en el crepúsculo de su lucidez, como si hubieran sido una simple travesura.

Al igual que en otras novelas, Kohan muestra una capacidad admirable para plasmar en sus textos eso que algunos definen como el “inconsciente colectivo”, el sentir de las mayorías, el sentido común, la mentalidad media que se impone como verdad absoluta, y que tanto arrastra a los pueblos a justificar a una dictadura que intenta “poner las cosas en orden” como a denigrarla años después por haber cometido excesos, excesos que necesitaron, para perpetrarse, de la vista gorda de ellos mismos, quienes más tarde, escandalizados, los asumen inexcusables. Al igual que el soldadito de “Dos veces junio”, Mirta López se siente arrastrada por ese sentir popular que condena o aprueba según los vaivenes de la bajada de línea del momento, según los criterios del análisis superficial, con la misma incapacidad para razonar e idéntica tozudez que cualquier “idiota útil”. Pero a diferencia del soldadito de “Dos veces junio”, Mirta López es, ante todo, mujer y madre, condición que provoca en el enfoque que el autor le da a aquellos años un giro abrupto.

“Confesión”, por otra parte, constituye la reafirmación de una marca registrada: la exquisita prosa de su autor. Son pocos, muy pocos, los escritores actuales en nuestro país que pueden ostentar una voz original, convincente, en la que las influencias permanecen disimuladamente escondidas y al mismo tiempo latentes.

Para saber quién es el autor capaz de mostrar con mayor acierto, desde la literatura, aquellos aciagos años de plomo, debemos esperar todavía muchos años. Martín Kohan, pacientemente, sigue sumando porotos y se anota en la pelea.

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