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Tal como afirma Ezequiel Martínez Estrada “la historia argentina es una historia militar”. La nación surge de la guerra, nace con la guerra, y se constituye no a pesar de la guerra, como podría suponerse, sino gracias a ella. Admitir esta perspectiva implica adjudicar nada menos que al ejército la responsabilidad de haber fundado nuestra patria, reconocer como padres a los soldados que hicieron la revolución y la dispersaron por todo el continente en lugar de los estadistas como Moreno y Castelli. Porque “la guerra es aquello a partir de lo cual el discurso habla” (como afirma Foucault), y por lo tanto sin guerra el discurso y los ideales, los proyectos de nación o las intenciones de independencia y prosperidad resultan meras elucubraciones, fútiles ejercicios de la imaginación y la teoría.

Martín Kohan abona esta hipótesis a lo largo de su ensayo “El país de la guerra”, publicado por Eterna Cadencia en 2014. Con gran lucidez reescribe, desde una perspectiva original, la misma historia que alguna vez escribieron Mitre y Lugones, pero a diferencia de éstos lo hace sin la necesidad de adoctrinar, sin la urgencia por consolidar con la pluma lo que con sangre escribió antes la espada. Porque como notó Alberdi y a esta altura todos sabemos, Mitre le da a la historia la perspectiva que le resulta más afín a sus aspiraciones políticas. Reinventa a Belgrano para constituirse él mismo en una alternativa electoral y “pedir votos de limosna (cito a Kohan que cita a Alberdi) en nombre del santo de su fingida devoción” y erigirse en su supuesto continuador.

También dedica Kohan capítulos de su ensayo a la campaña de San Martín y a la extendida y prolongada guerra civil, a la guerra del Chaco y a la campaña del desierto, se vale para ello del nutrido acervo bibliográfico que ha dejado nuestra literatura y de sus microscópicas lecturas, las que le permiten deducir intencionalidades que se esconden detrás de un texto, mensajes subliminales o afirmaciones fundadas en prejuicios.

Pero la guerra no termina en esa desigual puja contra el indio, más adelante cambia de forma, toma otros caminos o modalidades, se confunde con la paz, pero persiste agazapada y tozudamente en su rol de forjadora de nuestra historia.

Porque, ¿qué fue, sino una guerra lo que se vivió en Ezeiza durante el fallido retorno de Perón? A través de la lectura de poemas de Fabián Casas y Ariel Schettini, Kohan analiza no solo los hechos de aquel fatídico 20 de junio del 73 sino también las circunstancias que arrastraron a toda una generación hacia un abismo del cual muchos no pudieron regresar. Y del mismo modo analiza textos de Rodolfo Walsh sobre la muerte de su hija, Vicky, en manos del ejército en tiempos de la dictadura. Para ello Kohan se despoja de los lugares comunes en los que se incurre habitualmente y al mismo tiempo evita dejarse tentar por falsos heroísmos. El capítulo dedicado a la comúnmente denominada “guerra sucia” (definición que es cuestionada por el autor), se cierra con un particular análisis de las entrevistas concedidas por Videla desde la cárcel. Entrevistas en las que el ex presidente de facto intenta justificarse presentándose como un engranaje más del devenir histórico, al que le tocó en suerte una misión insalvable, y al que los hechos que se “fueron dando” (para usar sus propias palabras) pusieron en una encrucijada que no le dejaba opciones.

Y por último la guerra. Aunque resulte paradójico que en un libro sobre la guerra podamos decir la guerra, a secas, y todos los argentinos sepamos de qué guerra se trata. La guerra que nos tocó de cerca, la que no nos llegó a través de los libros o la revista Billiken sino la que vimos pasar por la ventana, cuando los trenes se llevaban hacia el sur a los jóvenes que todavía no habían tenido ni tiempo ni oportunidad de ser rebeldes.

Y también en esto resulta revelador el ensayo de Kohan. Porque muestra que a diferencia de otras guerras en las que la literatura encontraba fácilmente héroes, magnificaba victorias y hasta lograba adornar de gloria las derrotas, con Malvinas la literatura solo encuentra lugar para mostrar el despropósito, para ilustrar el sinsentido y para destacar el absurdo cometido por el mismo ejército que nos había dado vida como nación. Porque ni Fogwill, ni ningún otro escritor, podrá hallar un acto de heroísmo en una guerra en la que nuestros soldados desean caer prisioneros del enemigo para tener un trato más humanitario y dejar de padecer las torturas de sus superiores.

“El país de la guerra” es un ensayo esclarecedor y sumamente recomendable en el que la pluma de Martín Kohan se regodea en uno de los temas que más lo apasionan: nuestra historia.

2 Comentarios
  1. Juan Carlos Acosta dice

    Con respeto intelectual y aceptando una mirada distinta, tu afirmación respecto a que «… ni Fogwill, ni ningún otro escritor, podrá hallar un acto de heroísmo en una guerra en la que nuestros soldados desean caer prisioneros del enemigo para tener un trato más humanitario y dejar de padecer las torturas de sus superiores.» resulta un tato temeraria o audaz, y quizás parta de una mirada subjetiva de alguien, pero que no representa la mirad mayoritaria de quienes estuvimos en malvinas.
    Juan Carlos Acosta – sold. c 62 – Ex combatiente de malvinas

  2. Carlos Verucchi dice

    Gracias Juan Carlos por tu interesante aporte.
    En este caso yo transcribo la opinión del autor del libro que reseño.
    De todos modos, la crítica apunta hacia la oficialidad del ejército y no hacia soldados y suboficiales.
    Un abrazo y gracias nuevamente por interesarte en la nota.
    Carlos Verucchi

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