Yo que crecí con Videla / Por Carlos Verucchi
Hace 41 años se producía el último golpe de Estado en nuestro país.
Opinión / Carlos Verucchi para En Línea Noticias ([email protected])
Iba a primer grado de la escuela primaria cuando tuve conciencia, tal vez por primera vez, de la realidad política del país, bastante convulsionada por cierto durante aquellos años. En medio de la jornada, la maestra de primer grado nos informó que debíamos irnos a casa, el país estaba de luto por la muerte de Perón.
En casa consulté a mi abuela sobre las causas de la muerte del presidente y obtuve como toda respuesta: se murió porque se le paró el corazón. A partir de entonces imaginé la muerte como la consecuencia de que el corazón, quién sabe por qué misteriosa razón, pudiera “pararse”, es decir poner se pie o perpendicular al pecho, tal como había interpretado la explicación de mi abuela en lugar de detener sus latidos. A la mañana siguiente me llevaron a la casa de la esquina ―la única que tenía televisión en toda la cuadra― para que viera el sepelio de ese señor del que tanto se hablaba.
Después vinieron los años de violencia, mi vieja permanentemente escuchando alguna radio de Buenos Aires, sobre todo cuando mi viejo estaba de viaje por trabajo.
Cuando se produjo el golpe yo era un poco más grande y mi viejo ya podía explicarme algunas cosas. Los recuerdos que tengo de aquella época seguramente deben ser similares a los de cualquier persona de mi edad. Las noches de invierno escuchando Radio Colonia sintonizada por mi viejo. Los simulacros de “apagones” para despistar supuestos ataques de la aviación chilena. Los trenes cargados de tanques y soldados marchando hacia el Sur. Los libros de mi viejo que de repente fueron ocultados en un altillo ―mucho después comprendí la inconveniencia de tener a la vista libros de Rodolfo Walsh o de Osvaldo Bayer―.
La tapa de 7 Días mostrando a Massera del brazo de Graciela Alfano. La parodia de la Guerra de Malvinas. Mi viejo festejando el gol de Holanda en la final del mundial ante la mirada atónita de mis hermanas. Los chupamedias del gobierno de facto dando cátedra de periodismo en Radio Olavarría. Fernando Bravo entreteniéndonos los domingos a la noche mientras hacía apología de la Dictadura.
Los que por estos días bordeamos los cincuenta formamos parte de una generación “bisagra”. Por poco quedamos afuera de la efervescencia de los años sesenta y setenta, pero tampoco somos los hijos de la democracia. Como siempre, Charly García lo dice mejor que nadie en tres palabras.
Ahora que lo pienso, la mayoría de los recuerdos que me quedaron de aquella época transcurren de noche. Tal vez ese detalle diga mucho más que todo lo anterior.
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