La Asunción de la Virgen María

Por: Horacio Robirosa
La Asunción de la Virgen María es uno de los acontecimientos más significativos en la tradición cristiana, particularmente en el catolicismo. Este misterio de fe, celebrado con solemnidad el 15 de agosto de cada año, marca el momento en que la Virgen María fue llevada en cuerpo y alma al cielo al final de su vida terrenal. Esta creencia, profundamente arraigada en la piedad popular y en la teología mariana, refleja la importancia de María en el plan de salvación y su cercanía a Dios.
La Asunción de María no solo celebra su glorificación personal, sino que también tiene un profundo significado para los creyentes. Representa la esperanza de la resurrección y la vida eterna. San Juan Pablo II decía: Al celebrar este misterio, los fieles no solo honran a la Madre de Dios, sino que también renuevan su compromiso con una vida de fe y servicio, confiando en que, como María, serán llevados a la plena comunión con Dios al final de su jornada terrenal. En María se cumplen las promesas de Dios a los humildes y a los justos: el mal y la muerte no tendrán la última palabra.
Además, la Asunción subraya la dignidad del cuerpo humano como templo del Espíritu Santo. En un mundo que a menudo separa lo espiritual de lo físico, este dogma recuerda la unidad integral del ser humano y su llamado a la santidad en todas las dimensiones de la existencia.
La Asunción de la Virgen María es mucho más que un dogma o una festividad; es una invitación a mirar hacia el cielo con esperanza y confianza. En María, los creyentes encuentran un modelo de fe, obediencia y amor. Su Asunción recuerda que la gloria no es un privilegio reservado a unos pocos, sino una promesa para todos aquellos que abrazan el llamado de Dios.
San Juan Pablo II decía: por más oscuras que puedan ser las sombras que a veces cubren el horizonte, y por más incomprensibles que resulten algunos acontecimientos de la historia humana, no perdamos jamás la confianza y la paz. La fiesta de hoy nos invita a confiar en la Virgen María que, desde el cielo, como estrella resplandeciente, nos orienta en el camino diario de la existencia terrena.
En el documento Rosarium Virginis Mariae (23), San Juan Pablo II escribía: María ayuda a comprender que sólo su Hijo divino puede dar sentido pleno y valor a nuestra vida. Así alimenta en nosotros la esperanza en la meta escatológica, hacia la que estamos encaminados como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia.