Libros / Último adiós de un amigo

Anagrama acaba de completar la publicación de “Los diarios de Emilio Renzi”, del recientemente fallecido Ricardo Piglia, con el tercer tomo: “Un día en la vida”.


Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

Ahí nomás, en el inicio del tercer tomo de “Los diarios de Emilio Renzi”, está latente la incapacidad de Ricardo Piglia para quitarse el traje de novelista. Quién, si no, iba a detenerse en el detalle de que esa camisa, cuyos botones no acertó a abrochar debido a una repentina torpeza de sus dedos una tarde cualquiera de hace unos pocos años, era blanca. Torpeza repentina que fue invadiendo lentamente todas sus extremidades y que le quitó, primero, la posibilidad de escribir, y luego se declaró como una enfermedad irreversible que lo llevó a la muerte en enero de este año.

 

Jamás trató de ocultar esa desesperación por la literatura que lo acompañó a lo largo de toda su vida. “Desde siempre, nunca he deseado otra cosa que ser un gran escritor y la gloria inmortal, pero ya se ve y se entiende a lo que han quedado reducidas mis ilusiones”, afirma en una de las entradas de su diario que, con este tercer tomo publicado recientemente por Anagrama, completa póstumamente una labor de varias décadas.

 

Tal vez no resulte del todo exagerado afirmar que cada uno de los comentarios sobre literatura que aparecen en el libro da pie a un posible futuro ensayo o a una tesis de doctorado. Agudísimas y divertidas observaciones que se desprenden de horas y horas, durante años, de lecturas eclécticas y repetidas, obsesivas hasta rayar lo irracional.

 

“Los diarios de Emilio Renzi” (alter ego del propio Piglia) no dan respiro al lector. Primero lo sumergen en un ambiente de complicidad e intimidad con el autor y luego lo llevan de la actualidad política a los comentarios personales, de la crítica literaria a la reflexión social o histórica, matizadas siempre todas estas alternancias con bromas, anécdotas oportunas y hasta chismes elegantes.

 

A propósito de esto último, Piglia parece ensañado con Beatriz Sarlo, con quien compartió la edición de algunas revistas durante las décadas del 70 y 80 y a quien intenta ridiculizar en varias ocasiones.

 

Un capítulo aparte dentro de los diarios le corresponde a la historia de “Respiración artificial”, novela publicada en 1982 que le concedió a Piglia una notoriedad que hasta ese momento no tenía. Novela (recién hoy los lectores de Piglia lo sabemos) ensayada y reescrita mil veces antes de alcanzar el tono y la estructura pretendidos por su autor. Condenada a la reticencia para poder decir (sin decir) en tiempos de la dictadura lo que estaba vedado por la censura.

 

Las “entradas” políticas del diario, por su parte, no tienen desperdicio. Basta mencionar, para probarlo, esta enumeración de inferencias subliminales que Piglia rescata de un discurso de Martínez de Hoz (Ministro de Economía de Videla) en 1980:

1.- Manejo cambiario.
2.- La más baja tasa de crecimiento desde 1950.
3.- Alta inflación.
4.- Déficit del tesoro. Se intenta sostener esta pérdida con devaluación.
5.- Duplicación de la deuda. Se beneficia la banca internacional, que tiene una ligazón directa con el régimen.
6.- Profundización de la apertura económica y en especial el mercado de capitales, que queda ahora perfectamente vinculado al mercado financiero internacional.

 

Importa menos el modo en que la sociedad se refleja en la literatura que la manera en que la literatura interfiere en la realidad, parece ser el principal axioma de Piglia. Y esta enumeración de las características económicas de lo que más tarde se conocería como la época de la plata dulce es un ejemplo. Sería ingenuo no pensar que el autor rescata este texto con una intención política inmediata y como crítica a la situación político-económica del presente.
A medida que nos acercamos al final de los Diarios sentimos que nos estamos despidiendo de un amigo. (El autor deja bien en claro, justamente en este último tomo de sus diarios, la ridiculez que significa la moda de publicar póstumamente textos encontrados por casualidad en un disco rígido al estilo de las novelas de Roberto Bolaño, por ejemplo, con lo cual la esperanza de futuras publicaciones se desvanece).

 

De todos modos nos deja unas cuantas novelas y algunos cuentos destinados a perdurar. Una obra ensayística revolucionaria en el terreno de la literatura, cuya magnitud queda en evidencia sólo con mencionar que Roberto Arlt sería hoy un escritor olvidado si no fuera por la relectura que de sus textos hizo el autor de Plata Quemada. Piglia nos deja, en definitiva, un universo narrativo que nadie sabe hacia dónde explotará, pero que permanece latente como un inagotable estímulo para jóvenes escritores y lectores de todo el mundo.

 

A mí me queda la envidia por todos aquellos que todavía no leyeron sus diarios, y que pueden caminar una tarde cualquiera unas cuadras hasta la librería y volver con la felicidad abajo del brazo. Y la sensación, cada vez más poderosa, de que la felicidad se esconde entre las páginas de los buenos libros.

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