Opinión / Salir de la burbuja

Consecuencias del uso indiscriminado de las redes sociales.


 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

¿Qué hago con este tipo, que no sé cómo ni por qué tengo de amigo en Facebook, y que se la pasa mostrándome lo ignorante y bruto que soy por haberme decidido por determinado candidato para presidente? “No lo borres”, me sugiere mi hijo que con sus 9 años es mucho más ducho que yo en el manejo de ciertos recursos tecnológicos, “dejá de seguirlo”.

Apenas unos pocos segundos nos lleva encontrar la opción de seguimiento y desactivar el click que, “por defecto” (y en este caso la definición es, por una vez, literal), lleva cada uno de los contactos que tengo en la red.

Santo remedio. Ahora me siento más tranquilo frente a la computadora. Ya no tendré que soportar sus encendidas defensas de lo que considera la responsabilidad cívica y que desde mi punto de vista no es otra cosa que la claudicación, sin resistencia, ante cierto discurso mediático orquestado a partir de indudables intereses individuales de grandes medios de comunicación.

Al cabo de unos días la red vuelve a ser, para mí, ese espacio de distracción amena donde encuentro puntos de coincidencia y argumentos para la confirmación de esa verdad que he ido construyendo pacientemente y que, a esta altura, me resulta tan obvia y transparente como la mirada de un niño.

Basta de fachos en mi Facebook, por favor. Basta de imbéciles que repiten como loros las estupideces que otros inventan y que intentan crear una realidad paralela que nada tiene que ver con la realidad real (si, porque Vargas Llosa usa la definición de realidad real en sus ensayos y entonces yo también puedo hacerlo). Basta también de hinchas de River que tengo que soportar cada vez que ganan un partido. Ya no más cadenas promocionando religiones, ni reflexiones triviales que supuestamente hizo algún filósofo griego. Con la poderosísima herramienta que me proporcionó mi hijo hago uso y abuso del “descliqueo” (acá no puedo recostarme en Vargas Llosa, esa la inventé yo mismo), me quedo sólo con lo más selecto de la red y me saco de encima a todos los pesados que me incomodaban con sus petulantes intervenciones.

Entonces ahora sí, por fin, cada vez que llego del trabajo y me tomo unos minutos para relajarme puedo meterme en mi burbuja informativa. Limitada, es posible, pero paciente y esmeradamente construida gracias a todo el potencial que ofrece Facebook y que yo ni siquiera conocía. Ahora tengo mi propio “diario de Yrigoyen”. De la misma manera que seguramente hacen otros usuarios de la red, leo sólo lo que me resulta simpático y me exime del esfuerzo intelectual que antes necesitaba para determinar por qué razón, las afirmaciones de mis antiguos amigos, eran flagrantes blasfemias.

La utilidad de las redes sociales está siendo cada vez más cuestionada. Los tiempos en los que la sociedad moderna se jactaba de haber alcanzado el punto más alto en su capacidad de comunicación han quedado en el olvido. La tan pregonada disponibilidad ilimitada de la información, la posibilidad de ofrecer una voz para los “sin voz” y la circulación irrestricta de información no contaminada por intereses comerciales fue un verdadero fiasco.
Como siempre, el sistema generó sus anticuerpos y, ante la gran amenaza, reaccionó para convertirla en una poderosa herramienta de manipulación masiva.

 

La comunicación sin límites, paradójicamente, no nos ayudó a estar mejor informados sino todo lo contrario. Ahora disponemos de un flujo prácticamente infinito de información que circula libremente de un lado al otro pero de la que resulta imposible separar la paja del trigo. La reflexión semanal de un reconocido periodista con 30 años de experiencia es vapuleada en las redes sociales por argumentos de dudosa solidez como el “ke ce vaya la kretina” o “Macri gato”. Todos ellos, eso sí, sostenidos por una catarata de “me gusta” o de caritas que intentan reproducir insípidas y anodinas expresiones.

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