Violencia de género: Denuncia pública a militante de la «26 de Julio» de Azul

El caso tomó gran magnitud en las redes sociales.


En la ciudad de Azul un militante de la agrupación política 26 de Julio fue denunciado en las últimas horas de violencia de género y acoso. La denuncia pública significó que la dirigencia de la agrupación determinará la desvinculación del señalado.

Se reproduce de manera textual la denuncia hecha pública este sábado.

Soy Carolina Fernández y tengo el deseo de contar en primera persona lo que ya contó mi amiga en un post de hace unos pocos días.

¿Qué me mueve a denunciarlo públicamente ahora? La hipocresía del entorno que rodea a mi agresor y la impunidad que esto le da. Y porque su violencia no es parte del pasado.

¿Por qué ahora y no en su momento? Porque me costó muchísimo salir de su entorno, me costó muchísimo reconocerme inocente en toda esta historia y porque reconstruir mi autoestima fue equiparable al armado de un rompecabezas de mil piezas.

Tenía 17 años cuando conocí a Juan Martín Gómez, nos llevábamos una diferencia de 19 años de edad. Sus vivencias y su inteligencia me llevo a ponerlo en un pedestal, al lado de mis pocos años y en pleno desarrollo de personalidad quede inmediatamente en un nivel de inferioridad. Trabajado por sus chicanas y rebajas constantes de mis actividades, de los ámbitos que frecuentaba, de mis gustos, de mi forma de pensar, de la enfermedad con la que convivo (pitiriasis), de mis amistades y familia. Deje de escuchar la música que me gustaba porque para él era una mierda, entonces me exigía sacarla. Deje a pocos meses la organización donde militaba por un lavaje cotidiano de cabeza y empecé a militar en la organización donde actualmente él milita, Peronismo 26 de Julio.

Deje de salir a bailar porque él me prometía la vuelta a casa temprano, algo que nunca existió, pero siempre jugó con mis expectativas y la aceptación de sus disculpas. Para él, mis amigas eran todas putas y me comían la cabeza en contra de él. Lo mismo con mi familia, de decirles que son unos burgueses, que se metían con la crianza de mi hija, hasta decirme que ellos me influenciaban para no estar con él. De Boca a Racing. De Calamaro a Los Redondos. De la pollera al pantalón. De la vitalidad plena de mis 17 a la muerte en vida. De acostarme a las 5 am después de un boliche a dormir con pánico de que dormida me pegara.

Las agresiones físicas llegaron cuando yo ya estaba más que atrapada y trabajada psicológicamente, con el autoestima por el suelo y la culpa de sus tratos a flor de piel. Fueron miles. Desde tirarme talco en la boca durante una discusión hasta el corte con un cuchillo por cortar mal un tomate, del cual conservo la cicatriz. Tal vez tomamos dimensión solo describiendo los hechos por eso voy a contar algunos.

Una de las agresiones más jodidas y una de las primeras fue en una previa al recital del Indio en Tandil en 2011. Estábamos con un grupo de amigos con los que viajábamos siempre, a los cuales les agradezco su contención en ese entonces, riéndonos, guitarreando, todo era una fiesta. En el medio de todo eso Martín me dice que se va para afuera y yo me quede ahí cantando. Cuando salgo a buscarlo no lo encuentro y me siento en una casa. De repente pasa y me pregunta (enojado) que carajo hacia ahí sola y por qué no estaba adentro. Que me vaya y yo le insistí que me iba con él, que lo quería acompañar, y ahí arrancaron los empujones, seguido de una agarrada de cuello contra la pared y dos piñas en la boca que me rompieron un diente. Ese día dije que volvía a mi casa y no lo veía nunca más en mi vida. Pero no fue así. La relación siguió. Yo me sentí culpable porque lo había hecho enojar por insistirle en ir con él.

A partir de ahí todo enojo o reclamo era respondido con una piña, una arrastrada agarrada del pelo, golpes en la cabeza, patadas tirada en el suelo, piñas en el estómago, apuntadas de cuchillo, paradas desafiantes y amenazas con que me iba a tirar todo a la calle.

Otro episodio fue la noche que nos enteramos que estaba embarazada. Fue a un mes de una reconciliación. Esa noche me preguntó si la persona con la que yo me había conocido en ese tiempo que habíamos estado separados había sido buena conmigo, le contesté que eso no era una pregunta necesaria y me volvió a insistir con más intensidad. Sólo le respondí que había sido muy bueno conmigo. Automáticamente vi su puño trasladarse con todas sus fuerzas hacia mi nariz. Me la fracturó.

Al médico cuando me preguntó que me había pasado le respondí que me había desmayado porque estaba embarazada. A mi vieja le conté de mi embarazo por teléfono y junto a esa noticia la fractura de nariz “por un desmayo”. La fractura de nariz me provocó un hematoma que abarcó todo el ojo. En el trabajo también mentí y dije que me había desmayado. Aunque en ese ambiente ya se sabía lo que pasaba, decidieron como yo creerse esa mentira. Lo perdoné, porque lo perdoné mil veces, porque me sentí culpable de haberle dicho que el flaco que salía conmigo me trataba bien. Porque íbamos a tener una hija y creí que eso podría llegar a cambiar su trato. Pero no, todo empeoró.

Siguieron los golpes, los engaños, todo lo que un psicópata está dispuesto a hacer.

Voy a contar por último el episodio que me terminó de destruir, que no fue el último, (ni estos tres que cuento son los únicos, ni las únicas formas de violencia que viví). Fue la madrugada del día que tenía programada la cesárea. Estuvimos separados un tiempo y habíamos decidido estar juntos pero no convivir hasta la noche antes de la internación. Esa noche volví con todas las cosas que tenía preparadas para la bebé, al Rucci que era donde vivíamos, nos acostamos a dormir y por impulso le miré su celular. Me encontré con lo que esperaba encontrarme. Agarre todas mis cosas y lo desperté para pedirle que me abra (ya que él tenía las llaves) con la mayor calma posible porque yo sabía lo que iba a pasar. En ese instante se transformó, me mató a palos, me tiró al suelo, me pateó, me golpeó la cabeza contra la pared, me ahorco hasta que no pude más. Todo esto con mi panza de nueve meses a punto de nacer nuestra hija. Le rogué que pare, que me quedaba. Al otro día a la mañana antes de entrar al sanatorio, como yo no tenía maquillaje busqué en la pieza de las nenas un maquillaje de juguete y tapé lo mejor que pude el moretón que me dejó en el cuello.

Tuve a mi hija más chica con todo ese dolor. Volví a mentir cuando mi amiga me pregunto que me había pasado, le dije que era un “chupón”. Lo volví a perdonar porque está mal agarrarle el teléfono a tu pareja, entonces era culpable.

Jamás le importó que en mi vientre llevara a su hija, eso no lo paró ni lo movilizó jamás.

¿Por qué digo al comienzo que la violencia no es parte del pasado? Porque mi hija con 5 años jamás recibió su cuota alimenticia, porque tengo que rogarle que se ocupe al menos de comprarle una pilcha cada tanto, que tampoco lo hace. Porque en cada enojo hay una patada en la puerta, o un “puta”, “trola”, “conchuda”, “burguesa”, “traidora”, “forra”. Porque no puedo tener un segundo de diálogo para hacer arreglos. Porque mi vida y la de mi familia corre al ritmo del reloj de él. Porque no hay un día que no haga algo esperando hasta último minuto si él va a cumplir con su palabra o no.

Después de haber escrito esto me replanteo todo lo que tenemos que cambiar como sociedad, toda la empatía que nos falta. Parece necesario dar detalles de lo que hemos vivido porque con simples palabras no sirve, no tiene peso lo que una vivió. Parece que las lágrimas y morir todos los días un poco no alcanzó. Seguramente (digan) que soy una resentida o es una jugada política. 
Martin es Profesor de Literatura, Militante del Peronimo 26 de Julio y de Suteba. Tiene una impunidad alimentada por la gente que lo rodea y sabe de esta historia-

La impunidad que se le da desde las organizaciones donde milita no habla más que de una posición política. Verme golpeada decenas de veces no les alcanzó. Preguntar qué hiciste, por qué volves con él.

En su momento pedirme que tome la decisión de qué hacer con Martin dentro de la organización fue una manipulación. Se aprovecharon de mi estado de miedo y confusión para quitarse responsabilidades. Me mandaron en dos oportunidades a la compañera que hoy es la responsable del frente de mujeres de esa organización, para preguntarme con detalles que había pasado, insistir con qué había hecho yo, y dejar en mis manos la decisión de qué hacer con Martin. Le conté cada cosa que viví, con detalles, me apoye en ella. Por parte de ella y de los otros responsables no hubo ninguna respuesta ni determinación.

Lo que me mueve de todo esto es la impunidad y el poder que se le da al victimario. Y la hipocresía de levantar las banderas del feminismo como un oportunismo político. Mi deseo es que se decostruyan, que se haga la tan famosa autocritica que proclaman y se llenen de sororidad. Que se replanteen sus actitudes machistas y que puedan levantar con fuerzas las banderas del feminismo.

Ningún violento puede representarnos, ni tomar cargos de poder. 

Hoy puedo contarlo gracias a todas las mujeres que dan su vida por esta causa que es el feminismo. Deseo con todo mi corazón que ninguna más se tope con tipos como Martin. Él trabaja en escuelas con pibas de 15 años a las que sé que ha manipulado y utilizado como a mí.

Que dejen de representarnos, que les pese cada paso que dan por la calle como me pesó a mi cada trompada y cada mirada de mis hijas viendo a una madre destruida.

Griten, leven el ancla y tírenselas a quien le corresponda ¡Que queden anclados los machos!
No me olvido, ni perdono ¡Nunca más!

Gracias luchadoras por despertarnos de la amnesia obligatoria ¡No nos callamos más!
#MIRACOMONOSPONEMOS.

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