Opinión | El Loco Houseman y las topadoras de Cacciatore

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])
René Houseman había llegado a la villa en el ‘60 junto a su madre y tres hermanos más. En ese entonces tenía 7 años. Tomaron un pequeño hueco que quedaba en Blanco Encalada a la altura del 900 y se metieron, de a poco fueron levantando la piecita y el baño. Al poco tiempo René empezó a trabajar como cadete en una farmacia, después de carnicero y verdulero, el tiempo que no trabajaba lo pasaba en el potrero de Ramsay y La Pampa, a unas pocas cuadras de su casa.
Poco después fichó para Excursionistas y casi enseguida pasó a Defensores de Belgrano, jugó algún tiempo hasta que lo recomendaron para ir a Huracán. Ya era el año ‘73, el flaco Menotti armaba el gran equipo que ganaría el torneo metropolitano de aquel año con Brindisi, Babington, el Coco Basile, Carrascosa y ahora con un puntero derecho muy rápido y habilidoso al que ya todos llamaban el “Loco” Houseman. Ese mismo año Enrique Omar Sívori lo llamó para la selección que se preparaba para el mundial del ‘74 pero al poco tiempo lo tuvo que desafectar por indisciplina. Es que una tarde René se escapó de la concentración tirándose desde la ventana de un primer piso, tomó un taxi en la esquina y volvió a la villa.
El club Huracán le compró un departamento en Parque Patricios, pensaban que alejándolo de la villa atenuarían su adicción por el alcohol. René se mudó allí con una chica que había conocido en la villa cuando tenía 12 años y que sería su mujer de toda la vida. Estuvieron dos meses, después volvieron a la villa. René se asfixiaba en aquel departamento, “necesitaba estar al aire libre”.
Una tarde le pidió permiso a Menotti para salir de la concentración porque necesitaba hacer un trámite. Pasaron varias horas y no volvía, el Flaco no necesitó averiguar mucho para saber dónde podía estar. Fue hasta Ramsay y La Pampa, la canchita de la villa, y ahí lo encontró. Al día siguiente Huracán jugaba un partido importante, René estaba sentado en el banco de suplentes. El Flaco se acercó y le dijo: “Houseman, ¿qué hace acá?”. A lo que él le respondió: “¿Qué quiere que haga? Mire cómo la mueve el wing nuestro”.
Un día entró a jugar para Huracán, contra River, antes de haber salido completamente de la borrachera de la noche anterior. En el vestuario le dieron varias duchas de agua fría y lo obligaron a tomar café. Cuando empezó el partido hizo lo que mejor sabía hacer, gambetear. Así llegó al arco y convirtió el primer gol. Ya había cumplido con su parte. Inmediatamente después se hizo el lesionado y pidió el cambio para tirarse un rato a dormir la siesta.
La villa constituía un problema que ningún gobierno había podido solucionar. Los militares del Proceso decidieron tomar la sartén por el mango. Había cosas importantes en juego, por un lado el lugar ―pleno Bajo Belgrano― ofrecía oportunidades inmobiliarias importantes, por otro, faltaba muy poco para el mundial del ‘78 y la villa estaba a muy pocas cuadras de la cancha de River. No ofrecía una buena imagen para los turistas.
René estaba entrenando con la selección cuando supo lo que ocurría. “Pusieron la topadora en la puerta de la casa y nos obligaron a irnos” explicaría Ema Houseman, hermana de René, algunos años después. Para René fue un golpe durísimo, los habitantes de la villa volvieron a Santiago del Estero en muchos casos o emigraron a Bolivia, René alquiló un departamento lo más cerca que pudo, desde ahí miraba con impotencia a las topadoras que dejaban las once manzanas que había ocupado la villa parejitas y limpias, abriendo una gran explanada desde la que se veía ahí nomás, imponente, el estadio Monumental.
“Si hubiera sabido lo que ocurría en el ‘78, habría renunciado a la Selección” diría cuando los militares ya habían dejado el poder y comenzó a conocerse la verdad sobre aquellos años de plomo. “Ni había escuchado rumores. Desde que lo supe, sentí mucho asco por darle la mano a Videla. Hubiera preferido cortármela”. Se refería al saludo de Videla a los jugadores después de haber ganado el partido con Perú. René convirtió el quinto gol de aquel famoso 6 a 0 y después salió campeón con Kempes, Luque, Passarella y Fillol.
Entró en la historia del fútbol como uno de los mejores punteros derechos. Cuando llegó a Huracán se convirtió en especialista en desbordar y tirar centros, le gustaba jugar bien pegado a la raya. No tanto por indicación del técnico o por estrategias de juego sino porque en las tardes de verano, cerca de la raya, había una pequeña franja donde daba la sombra.
Murió hace un año. Se fueron con él el potrero y la gambeta, esa fresca locura que ya no se volvió a ver. Del mismo modo en que las topadoras arrasaron con su villa para dar lugar a la modernidad, el profesionalismo acabó con sus indisciplinas, con su insolencia y su desparpajo. Nadie, salvo Maradona, entendió la lección que dejó el Loco.
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